A Europa se le atraganta su realidad islámica

Miguel Máiquez, 06/12/2009

Justo una semana después de los atentados de Londres de julio de 2005, reivindicados por Al Qaeda y que provocaron 56 muertos, el prestigioso diario estadounidense The New York Times publicaba un extenso artículo titulado «El islam y Europa». El periódico anticipaba muchos de los conflictos que se han ido exacerbando desde entonces y trataba de explicar los factores que estaban incrementando la tensión entre «europeos y musulmanes». Esta distinción, que se repite a lo largo de todo el artículo en un periódico nada sospechoso de xenofobia o incultura, es, quizá, por su extensión en toda nuestra sociedad, una de las principales claves del problema.

A menudo se habla de musulmanes en términos de nacionalidad o incluso de raza, y no para referirse exclusivamente a los practicantes de una religión, el islam. Pero los musulmanes de Europa son tan europeos como los cristianos o los ateos de Europa. No sólo por una cuestión de terminología, sino porque así lo establecen nuestras constituciones y nuestras cartas de derechos fundamentales, tanto las nacionales como las de la Unión.

Y, sin embargo, una gran parte de la población europea —incluida la de países como España o las naciones balcánicas, que han pasado buena parte de su historia gobernadas por musulmanes e integradas en el mundo islámico— no lo percibe así.

Con acierto en algunos casos y excesiva generalización en otros, a los musulmanes de Europa se les suele atribuir los mismos valores y sistemas sociales que imperan en los países no europeos de mayoría islámica, unos valores que, en muchos casos, aparecen como contrapuestos a los denominados occidentales, principalmente en lo que respecta a asuntos como el laicismo o los derechos de la mujer.

Ello, unido al efecto del terrorismo fundamentalista islámico, a la presión migratoria, a problemas de integración, a respuestas políticas inadecuadas y, a menudo, a actitudes xenófobas, ha ido alimentando un conflicto cuya última expresión ha sido el masivo apoyo de los suizos en referéndum a la prohibición de construir más minaretes en este país.

Estas son las claves de la presencia del islam en la Europa actual.

EL ESCENARIO

La población musulmana en Europa

En Europa viven actualmente unos 53 millones de musulmanes. De ellos, 16 millones habitan dentro de las fronteras de la Unión Europea, según datos del Instituto Alemán del Islam pertenecientes a 2007. Otros cálculos, sin embargo, elevan esta última cifra a 20 millones. La población total del continente es de aproximadamente 730 millones de personas.

Según un informe del Centro de Investigaciones Pew (estadounidense), en todo el planeta hay 1.570 millones de musulmanes, casi la cuarta parte de la población mundial. El 60% viven en Asia.

Origen y distribución

La población musulmana en Europa no es homogénea, sino muy diversa y con orígenes distintos. El islam es mayoritario en Albania, Kosovo, partes de Bosnia-Herzegovina y algunas zonas rusas del norte del Cáucaso, aparte de en Turquía, un país predominantemente islámico que tiene en suelo europeo en torno al 3% de su territorio. En estas áreas, los musulmanes constituyen poblaciones autóctonas que han profesado el islam durante siglos.

En Europa Occidental, la mayoría de la población musulmana está compuesta por inmigrantes que han ido llegando a Europa desde mediados de los años 50, procedentes de países islámicos (turcos en Alemania; argelinos, tunecinos y marroquíes en Francia; paquistaníes en el Reino Unido; marroquíes en España; marroquíes y albaneses en Italia…).

Los inmigrantes y sus descendientes se concentran principalmente en grandes áreas urbanas, llegando a constituir hasta el 20% de la población en ciudades como Rotterdam, Amsterdam o Marsella: el 17% en Bradford (Reino Unido) y Bruselas, y un 10% en capitales como París, Londres o Copenhague.

En España, y según una encuesta elaborada por la Unión de Comunidades Islámicas de España (Ucide), hay más de 1.1 millones de musulmanes, que suponen el 2,5% del total de la población.

Las previsiones de crecimiento

La población musulmana en Europa experimenta un rápido crecimiento, debido a la llegada de inmigrantes y a las altas tasas de natalidad existentes en este colectivo (en contraposición a las bajas tasas de los europeos no musulmanes).

Algunos expertos calculan que para el año 2020 la población musulmana europea se habrá multiplicado por dos, otros adelantan esta previsión a 2015 y otros indican que en 2050 uno de cada cinco europeos será musulmán.

Sin embargo, para otros analistas, estos cálculos son exagerados, ya que, en su opinión, el crecimiento de la población musulmana se verá frenado tanto por las restricciones a la entrada de nuevos inmigrantes como por la crisis económica. Estos expertos destacan además que, si bien la tasa de natalidad entre los musulmanes europeos sigue siendo mayor, este índice está descendiendo más rápidamente que el de los no musulmanes.

LOS CONFLICTOS

El efecto del terrorismo fundamentalista y el integrismo

Los musulmanes europeos se han visto afectados, al igual que ocurrió en EE UU tras el 11‑S, por las generalizaciones llevadas a cabo como consecuencia de los atentados cometidos en Europa por el terrorismo fundamentalista islámico (Madrid, en marzo de 2004; Londres, en julio de 2005). Desde entonces, además, se han producido en suelo europeo numerosas detenciones de presuntos miembros de células terroristas (sólo en España, 384 desde el 11‑M).

Por otra parte, muchos jóvenes musulmanes hijos de la primera generación de inmigrantes están abrazando teorías radicales como afirmación de identidad ante las barreras que encuentran a la hora de integrarse en las sociedades europeas. Estas teorías se extienden siempre más rápidamente en zonas desfavorecidas, un contexto en el que vive gran parte de la población musulmana de Europa. Frente al islam tradicional de sus padres, estos jóvenes eligen un islam fundamentalista en el que encuentran una válvula de escape.

Según Olivier Roy, autor del libro El islam globalizado, cerca del 10% de la población musulmana europea apoya en mayor o menor medida las causas defendidas por los fundamentalistas islámicos.

La libertad de expresión

Recientemente, la tradición secular europea ha chocado en varias ocasiones con el islam en el campo de la libertad de expresión. El debate sobre lo que se puede o no decir sobre la religión islámica ha tenido, a veces, consecuencias violentas.

Aparte del caso del escritor británico-indio Salman Rushdie, que pasó casi una década oculto tras ser objeto de una fatua (pronunciamiento legal islámico) en la que se ordenaba su ejecución por su novela Los versos satánicos, los casos más conflictivos en este sentido han sido el del cineasta holandés Theo Van Gogh y el de las caricaturas de Mahoma.

Van Gogh fue asesinado por un holandés musulmán tras realizar una película en la que criticaba el tratamiento que reciben las mujeres en el islam. Las caricaturas de Mahoma fueron una serie de viñetas satíricas sobre el profeta publicadas en 2005 por el diario danés Jyllands Posten, y reproducidas después por otros periódicos, que provocaron airadas protestas por parte tanto de gobiernos como de ciudadanos musulmanes de todo el mundo. Hubo amenazas de muerte, protestas masivas, muertos durante las manifestaciones y un amplio debate sobre la libertad de expresión.

La mujer y la vestimenta

Otro de los puntos más conflictivos es, en general, la condición de la mujer en la tradición islámica —percibida en la cultura europea como de sumisión y discriminación— y, en particular, el reflejo de esta cultura en la vestimenta. Es el caso del velo en sus distintas variantes (hiyab, burka, niqab, chador…).

El asunto es particularmente polémico en el caso de las escolares musulmanas, cuyo uso de vestimentas tradicionales puede considerarse impuesto y no voluntario, y es objeto de especial atención por parte de las organizaciones feministas.

En Francia, cinco años después de la norma que prohibió el uso del velo islámico en los centros públicos, el Gobierno anunció el pasado mes de junio una ley para regular el uso del burka. También el Reino Unido estudia leyes similares, entre una gran polémica. Sin embrago, otros países, como Suecia, entienden que el uso del velo es un derecho básico derivado de la libertad religiosa.

En España, el Gobierno anunció en 2007 que promovería el debate sobre el uso del velo islámico, y en 2006 las musulmanas ganaron la batalla para poder lucirlo en las fotos del DNI. Según una encuesta del Instituto El Cano, el 61% de los españoles se muestra contrario al uso del velo en las escuelas.

Los símbolos religiosos

Directamente emparentado con el uso de vestimentas religiosas se encuentra el conflicto en torno a otros símbolos referentes a la religión islámica, una polémica que se produce en medio del debate más general sobre el uso de símbolos de cualquier religión (crucifijos, por ejemplo) en los centros públicos.

La controversia enfrenta directamente, por un lado, a la tradición europea de separación nítida entre lo público y lo privado (incluyendo aquí la religión), como señal de respeto al resto de ciudadanos, tengan la confesión que tengan, y por otro, al derecho a la libertad religiosa reconocido en las constituciones del Viejo Continente y en la Carta de Derechos Fundamentales de la UE.

Los minaretes

En ese sentido, los ciudadanos suizos apoyaron la semana pasada en un polémico referéndum, y con el 57,5% de los votos, la prohibición de erigir minaretes en las mezquitas que se construyan en este país.

Esta medida, sin embargo, puede situarse en un contexto más amplio de rechazo al islam, ya que no se han promovido iniciativas similares con respecto a símbolos cristianos (campanarios, cruces), y considerando además que fue propuesta por un partido de tendencia xenófoba (ningún otro partido suizo la apoyaba) y suscrita por otros movimientos ultraderechistas similares en Europa.

El resultado del referéndum ha sido duramente criticado, tanto por gobiernos de países islámicos (especialmente Turquía), como por gobiernos europeos, la ONU o incluso el Vaticano.

Según un estudio de Network of European Foundations, en Europa hay una mezquita por cada 1.890 musulmanes. Alemania es el país con más mezquitas por número de habitantes musulmanes (1.300). Francia, el país de la UE con más musulmanes, sólo cuenta con un lugar de culto por cada 2.600. España, donde hay 15 minaretes, está entre los países con menos mezquitas, si bien existen un centenar de centros de culto en situación de alegalidad.

Islamofobia

Muchos analistas vinculan los resultados del referéndum suizo a un aumento real de la islamofobia y temen que este sentimiento se extienda por Europa. En España, por ejemplo, la portavoz de la Junta Islámica, Isabel Romero, relacionaba en este periódico el voto en Suiza con la campaña de racismo lanzada por el Partido Popular Suizo, grupo instigador del referéndum. Según indicó el sociólogo Michael Wieviorka a la BBC, «el caso suizo es extremo, pero corresponde a una tendencia muy general en toda Europa».

De hecho, las protestas contra la apertura de mezquitas se han sucedido recientemente en varias ciudades europeas, como Londres, Colonia o Sevilla.

La propia ONU también comparte esta procupación. En un informe de 2007, Doudou Diene, relator especial de Naciones Unidas sobre derechos humanos, denunciaba el auge de la islamofobia en el mundo y, especialmente, en Europa, como consecuencia, principalmente, del 11‑S: «Cada vez más líderes políticos, medios influyentes e intelectuales están equiparando Islam con violencia y terrorismo, y algunos pretenden silenciar las prácticas religiosas prohibiendo la construcción de mezquitas».

Fernando Reinares, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Juan Carlos, indicaba por su parte en El País que «lo sucedido en Suiza ilustra el problema de la identidad colectiva en las sociedades multiculturales y es reflejo de la preocupación en esas sociedades por el acomodo del islam a los valores y procedimientos democráticos en la medida en que los sectores salafistas van ganando terreno. Esta inquietud genera en muchas ocasiones hostilidad al extranjero y en este caso islamofobia, lo que debe hacernos reflexionar sobre si está funcionando o no la integración social de los musulmanes».

Los partidos xenófobos

Europa ha vivido en los últimos años un auge de los partidos xenófobos y ultraderechistas, como consecuencia de la crisis económica, del rápido flujo de inmigrantes no occidentales a sociedades hasta entonces homogéneas y de la falta de respuestas adecuadas por parte de los partidos tradicionales.

Destacan la Alianza Nacional y la Liga Norte en Italia, el Frente Nacional en Francia; la Unión Popular Alemana, el Partido Democrático Alemán y el Partido Republicano, en Alemania; el Partido Nacional Británico en el Reino Unido, el Partido de la Libertad en Austria y el mencionado Partido Popular Suizo.

Turquía

La aspiración de Turquía, cuya población es musulmana en más de un 95%, a ingresar en la Unión Europea es también objeto de un gran debate.

Al margen de las carencias de su candidatura en lo que respecta a méritos económicos, democráticos y en materia de derechos humanos, o de contenciosos como el reconocimiento de Chipre y la rivalidad con Grecia, una buena parte de la oposición obedece a motivos religiosos: Se calcula que, en el caso de que Turquía ingresase en la UE, la población musulmana de la Unión aumentaría en un 5%, lo que provoca el recelo de aquellos que identifican el legado cristiano y occidental como parte esencial de la identidad europea.

La reacción de los musulmanes

El mencionado reportaje de The New York Times sobre el islam en Europa divide en tres categorías la forma en que los nuevos musulmanes europeos se han adaptado a la vida en el Viejo Continente: asimilación, integración y rebelión.

Los musulmanes «asimilados» son aquellos que, nacidos en Europa, se han secularizado y han logrado éxito tanto académico como financiero. Pertenecen a una élite minoritaria.

Los «integrados» están formados por el grupo más numeroso. Son en su mayoría jóvenes que viven pacíficamente en los países que les han acogido, pero manteniendo sus tradiciones religiosas y culturales. Sus padres, pertenecientes a la primera generación de inmigrantes, conservan una fuerte influencia sobre ellos.

Los «rebeldes», por último, se niegan a integrase en la cultura occidental y viven en los límites de sus barrios tratando de evitar en lo posible cualquier cambio (comida, música, televisión) con respecto a sus países de origen. Muchos de ellos habitan en zonas pobres y simpatizan con movimientos integristas.

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