Donald Trump: una máquina populista de ofender en la recta final hacia la Casa Blanca

Miguel Máiquez, 09/06/2016

Actualizado el 4/11/2016

Columnistas, analistas, sociólogos, politólogos y demás expertos andan desde hace meses tratando de explicar lo que parecía impensable, y, en muchos casos, comiéndose (algunos de ellos, literalmente) sus palabras. ¿Donald Trump, el excéntrico, el extravagante, el magnate deslenguado, candidato a presidente de los Estados Unidos? ¿Trump, que a veces parece ese invitado que da vergüenza ajena en las fiestas tras haber bebido demasiado, a un paso de la Casa Blanca? ¿Trump, el empresario inmobiliario, el multimillonario del juego y de los concursos de belleza, la estrella de los realities?

Durante tal vez demasiado tiempo se habló del «show de Trump» como si fuera un divertido espectáculo que acabaría cuando la campaña empezase a ponerse seria. Pero el show no solo continuó, sino que fue ganando cada vez más audiencia hasta que, con la retirada de su último rival, Donald Trump se convirtió en el único candidato del Partido Republicano que se mantuvo en pie en la carrera hacia la presidencia, una (larga) carrera en la que se ha medido a cara de perro con la demócrata Hillary Clinton.

Cuando el 16 de junio del año pasado Donald Trump anunció su candidatura a las elecciones primarias del Partido Republicano, pocos, por no decir nadie, le tomaron en serio. Los presentadores de los programas nocturnos de la televisión se frotaron las manos ante el suministro asegurado de material humorístico durante unas semanas, pero de ahí a pensar que el multimillonario neoyorquino tuviese alguna opción de sentarse junto al botón rojo de las armas nucleares mediaba, aún, un mundo.

Un año después, y tras una campaña repleta de declaraciones racistas, populistas, patrioteras, militaristas y misóginas, de propuestas a cada cual más polémica y heterodoxa, de política (especialmente la exterior) de barra de bar, y de innumerables insultos y mentiras, Trump no solo había fulminado al resto de los candidatos republicanos (el 24 de mayo tenía ya los delegados necesarios para asegurarse la candidatura, y el 18 de julio fue confirmado por la convención del partido), sino que sus posibilidades de llegar a la presidencia eran incluso reales. Las encuestas realizadas justo antes de que Hillary Clinton se proclamase candidata tras vencer en el último supermartes, el 7 de junio, daban a la aspirante demócrata entre 10 y solo 4 puntos de ventaja sobre Donald Trump.

La distancia a favor de Clinton se ha ido ampliando a lo largo de los últimos meses, tras la serie de debates televisados en los que la candidata demócrata se impuso claramente a un Trump por momentos casi surrealista, y, especialmente, debido a los escándalos que han salpicado al candidato republicano durante las últimas semanas: Desde sus escarceos para evitar pagar impuestos durante años, hasta las acusaciones de acoso sexual a varias mujeres en el pasado, pasando por sus continuas insinuaciones de que las elecciones son «fraudulentas», o su negativa a aceptar el resultado de los comicios (a menos que gane él), y sin olvidar su ya famosa frase machista, captada en una grabación en 2005 («Cuando eres la estrella, puedes hacer [a las mujeres] lo que quieras. Tocarles el coño…»), o su ‘romance político’ con Vladimir Putin, el ‘currículum’ de Trump no ha hecho más que aumentar. Otra cosa es que todo esto importe a sus simpatizantes.

Ahora, a pocos días para la votación, Clinton sigue claramente por delante en todos los sondeos, pero Trump no lo tiene aún todo perdido. Una encuesta publicada el 30 de septiembre reflejaba un empate técnico entre ambos candidatos en Florida, considerado un Estado decisivo para el desenlace de la contienda electoral.

¿En serio?

Quizá una de las preguntas más repetidas a la hora de referirse a Trump sea: «¿Lo dice en serio?». Algunos expertos siguen sosteniendo que su discurso ofensivo y megalómano no es más que una estrategia populista para ganar votos, y que las cosas serían muy diferentes en el caso de que alcanzase la presidencia. Trump, de acuerdo con esta teoría, sería un presidente ultraconservador y nacionalista (o, más exactamente, nativista), pero las estructuras del sistema (los balances presupuestarios, los límites que supone el Congreso, el poder judicial, el federalismo, los medios de comunicación) le pararían los pies. Otros, sin embargo, tienen muy claro que Trump va muy en serio, que cree firmemente en lo que dice, y que, de ser elegido, haría todo lo posible por llevar a cabo sus propuestas.

Para los republicanos, Trump se ha convertido en un auténtico dolor de cabeza. Su escandalosa campaña ha conseguido echar por tierra una posible estrategia inicial de ganar votos mediante un mensaje más moderado y neutral (o directamente inexistente) con las minorías, y, aunque en algunos momentos ha tratado de atemperar su discurso para aparecer más «presidenciable», muchos temen que la campaña le acabe pasando factura en la recta final, minando las opciones de victoria frente a Clinton.

Y, sin embargo, la realidad de su paseo triunfal en las primarias hizo que muchos en su partido, incluyendo algunos pesos pesados, como el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, acabaran apoyándole. Con el gesto de quien está obligado a tragarse una medicina amarga, pero más espantados aún ante la idea de ver a Hillary Clinton en la Casa Blanca.

El voto latino y los musulmanes

Uno de los principales retos con los que se ha encontrado Trump ha sido intentar reconquistar el crucial voto latino. Los expertos indican que un candidato republicano necesita al menos el 40% del voto de esta comunidad, y el apoyo hispano a Trump está por los suelos. Sus ataques a los inmigrantes de origen latinoamericano, su propuesta de construir un muro para evitar la entrada de ‘sin papeles’ desde México (muro que, según él, pagaría este país), su rechazo al uso del idioma español en EE UU, o su idea de eliminar el derecho a la ciudadanía de los hijos de inmigrantes irregulares, han hecho que, según diversos sondeos, hasta el 65% de los latinos declaren tener una opinión negativa del candidato republicano.

Pero el multimillonario neoyorquino no solo ha conseguido ganarse la enemistad de la mayoría del voto hispano, sino que se las ha arreglado también para ofender a los musulmanes, a las mujeres, a los veteranos de guerra y hasta a sus propios rivales republicanos, aparte de demostrar que desconoce los entresijos de la política global, particularmente la de zonas tan esenciales como Oriente Medio.

Sobre los musulmanes, en concreto, Trump ha propuesto nada menos que negar a todos los seguidores de esta religión la entrada a EE UU «hasta que los representantes del país puedan desentrañar qué demonios está ocurriendo», y quiere crear un registro oficial de estadounidenses musulmanes.

Contradicciones

Para muchos, Trump ni siquiera es un ‘auténtico’ republicano, al menos en lo que respecta a algunos aspectos clave para este partido en política interior, y siempre que sea uno capaz de interpretar las contradicciones del millonario: sobre el aborto, Trump se ha declarado a favor de la libre elección de la madre, pero también ha asegurado ser «pro-vida»; sobre las armas ha dicho que «nada me gustaría más que nadie las tuviese», pero también ha expresado su total apoyo a la Segunda Enmienda (que garantiza el derecho a poseerlas); sobre la sanidad, ha dicho que solo sustituiría la reforma de Obama con «algo estupendo», pero en el pasado se mostró partidario de que cada cual pague sus gastos sanitarios; en religión no es precisamente un asiduo de ir la iglesia, pero repite una y otra vez que la Biblia es su «libro favorito». Hace una década aseguraba que «probablemente me identifico más como demócrata», y hoy se postula a la presidencia como republicano.

Y luego están sus opiniones en política exterior: la mejor opción para derrotar al grupo yihadista Estado Islámico es, según ha dicho, «enviar tropas, machacarlos y coger el petróleo»; Estados Unidos «volverá a ser grande», tanto militar como económicamente, «siendo mejores negociadores que los tontos que nos representan hoy»; y el dinero que China «se ha llevado de EE UU» es «el mayor robo en la historia de este país» (en referencia a la compra de productos chinos por parte de ciudadanos estadounidenses). El «concepto» de calentamiento global, por cierto, fue creado, según Trump, «por y para los chinos, para volver no competitiva a la industria manufacturera estadounidense».

El ‘outsider’

Los analistas han dado por políticamente muerto a Trump en muchas ocasiones a lo largo de esta campaña, pero las encuestas primero, y los votos en las primarias, después, se han empeñado en mantenerle vivo. Antes de que estallasen los últimos escándalos, Trump ya había tachado a los inmigrantes irregulares mexicanos de «violadores», había ironizado con el heroísmo del excandidato republicano a la presidencia y veterano de guerra John McCain, había dicho sobre la popular moderadora de uno de los debates electorales que «podías ver cómo le salía sangre de sus ojos. Le salía sangre de su… de donde sea», y llegó a afirmar que «la tortura funciona» y que mantendría y aumentaría el número de presos en la cárcel de Guantánamo… Cualquiera de estas declaraciones habría supuesto un golpe definitivo en una carrera política convencional. A Trump, sin embargo, parecieron darle alas.

Resulta innegable que el candidato republicano disfruta de un gran tirón popular entre un sector de la población conservadora de su país, especialmente en los Estados del Sur y del llamado Medio Oeste. Sus millones, su fabricada imagen de triunfador hecho a sí mismo, su a menudo insultante incorrección política, su rechazo a disculparse diga lo que diga, su lenguaje alejado de los lugares comunes del establishment, y algunas de sus promesas, como la de bajar los impuestos a tasas no aplicadas desde la Segunda Guerra Mundial, con un tope del 15% (actualmente es del 40%) para cualquier empresa, han conseguido granjearle la simpatía de muchos votantes desencantados con el sistema y desfavorecidos por la situación económica.

Terreno abonado

Su granero de votos procede, principalmente, de una parte de la población blanca conservadora de extracción económica media y baja, que le ve como alguien sin pelos en la lengua y que se atreve a decir en voz alta lo que muchos callan por miedo a perder votos. Pero su éxito tiene que ver también con la deriva de su partido durante los últimos años. En este sentido, el columnista político Michael Tomasky señalaba en The New York Review of Books que Trump es «la culminación lógica» del camino emprendido por los Republicanos desde la presidencia de Bill Clinton, en dos aspectos: un incremento del resentimiento cultural y racial entre la población blanca conservadora de mayor edad, ante el empuje liberal experimentado por el país (matrimonio homosexual, mayor «corrección política», más peso de los inmigrantes, etc); y un debate político basado cada vez más en la confrontación, donde se discuten los problemas domésticos con una combinación de agresividad, espectáculo y descalificaciones, desde los presentadores radiofónicos más conservadores hasta las tertulias en la cadena Fox o los foros y las redes sociales en Internet.

Según esta tesis, el terreno para Donald Trump, el perfecto hombre-espectáculo, estaba perfectamente abonado. Hasta ahora, no obstante, el contenido xenófobo y populista de su discurso, así como su falta de experiencia política real (nunca ha ocupado cargo público alguno), parecían un muro lo suficientemente alto como para frenar sus aspiraciones. Ya no.

Trump, en síntesis

  • Donald John Trump, fundador y propietario del grupo inmobiliario Trumps Hotels and Casino, nació en 1946 en Nueva York (EE UU), descendiente de una familia de emigrantes suecos.
  • En 1968 se licenció en Economía Financiera por la Universidad de Pensilvania .
  • Comenzó trabajando en el negocio inmobiliario de su padre, constructor de viviendas en barrios de clase media de Nueva York.
  • A los 28 años tomó el relevo de la empresa familiar y pasó a transformarse en un líder inmobiliario con la adquisición de edificios como el Hotel Commodore en Manhattan. Posteriormente se adentró en el sector de los casinos y el mundo del transporte.
  • El imperio Trump se comenzó a gestar a partir de 1982 con la construcción de la Trump Tower en la Quinta Avenida y la apertura del primer casino en Atlantic City (New Jersey), el Trump Plaza. Es propietario también de otros dos casinos, el Taj Mahal y el Trump Castle, de la aerolínea Trump Shuttle y del complejo turístico de Miami Doral Golf Resort & Spa.
  • A comienzos de la década de los noventa tuvo que remontar una deuda de 2.000 millones de dólares y recomponer su imperio inmobiliario gracias a sus casinos. Tras su primera suspensión de pagos, perdió los emblemáticos hoteles Gran Hyatt y el Plaza.
  • Actualmente es productor de los concursos de belleza Miss Universo y Miss América, y tiene su propio programa de televisión, El aprendiz.
  • Un edificio de la ciudad coreana de Seúl y una marca de vodka estadounidense se denominan «Trump».
  • En 2015 ocupaba el puesto 405 entre los multimillonarios de la revista Forbes, con una fortuna personal estimada en unos 4.100 millones de dólares.
  • Ha publicado libros como Trump o el arte de vender, Trump: Sobreviviendo en la cúspide, Trump: Cómo hacerse rico y El arte del regreso.
  • Está casado con la modelo eslovena Melania Knauss desde 2005, con la que tiene un hijo. S divorció en 1990 de la deportista Ivanna Winkerlmayr, con la que tuvo tres hijos, y en 1997 de la actriz Marla Maples, con la que tuvo una hija.

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